Tecnología y pensamiento crítico: un hueco para la filosofía
Asociar la adquisición y uso de las competencias digitales a tener conocimientos científicos y tecnológicos ha sido hasta ahora la tónica dominante en el ámbito de las TIC. Es cierto que el desarrollo de las herramientas, técnicas y metodologías digitales tiene una sólida e innegable base matemática y física y que para muchos de los que estamos leyendo estas líneas nos parece una frontera infranqueable e innacesible.
Pero es precisamente el vertiginoso avance de la Red, la producción exponencial de información -que no de conocimientos- y la facilidad en el acceso y el uso -sin llegar a conocer todas las claves para un manejo seguro y eficaz- el caldo de cultivo para la irrupción de disciplinas que nada tienen que ver con el concepto “duro” de informática que teníamos hasta el momento. Entre ellas la Filosofía.
Con relativa frecuencia observamos en los medios de comunicación el creciente interés de empresas por incorporar filósofos a sus equipos. Puede resultar chocante para muchas personas que no terminan de entender en qué se puede fundar este interés. Pese a ello, la formación filosófica ofrece unas capacidades muy valiosas para las empresas tecnológicas y, en general, para el desarrollo que viven actualmente la ciencia y la tecnología. Resumiremos algunos motivos:
- La filosofía ofrece conocimientos muy sólidos sobre lógica, filosofía de la matemática, teoría del conocimiento, antropología, argumentación. Todo ello con un elemento de fondo muy importante, y que hoy día está poco desarrollado y que es la antesala de lo que suele llamarse “pensamiento crítico”: la capacidad de enfrentarse a problemas y textos complejos.
- El razonamiento abstracto, una herramienta imprescindible para programadores y para la arquitectura de sistemas. Esta facultad hace posible analizar información compleja que se recibe en un discurso unitario y, por otra, hacer el ejercicio contrario, integrar en un discurso con sentido una multitud de datos que recibimos a diario de manera fragmentada, de muy diversas fuentes y ramas del saber.
- Fomentar el espíritu crítico y el hábito de detenerse a pensar por uno mismo con profundidad, formulándose las preguntas correctas y adecuadas ante situaciones nuevas, potenciando el diálogo constructivo. Y todo ello para una toma de decisiones correcta o al menos lo más eficiente posible.
- Por último, la filosofía es capaz de ponernos en disposición de generar sensibilidad ética especial, derivada del conocimiento y la reflexión, y que es la base de la convivencia cívica, el respeto al otro y la puesta en valor de actitudes y comportamientos de igual a igual.
Es posible que muchos puedan reconocer en estas capacidades algunos de los instrumentos con los que hacer frente a conceptos y prácticas como noticias falsas, uso legal y ético de datos personales, análisis y redacción de textos para webs, blogs…, participación ciudadana en asuntos públicos, posicionamiento ante movilizaciones masivas a través de redes sociales…
De todo ello puede deducirse que la Filosofía puede estar llamada -ya está en ello- a realizar una labor muy importante: la reflexión detenida, rigurosa e integradora sobre las implicaciones para la vida humana de los cambios científicos y tecnológicos que estamos viviendo.
Parece lógica que hay una clara disfunción entre la rapidez con la que avanzan la ciencia y la tecnología y la capacidad de nuestra propia reflexión sobre las consecuencias -buenas o no tan buenas- que ellas puede aportar a nuestras vidas, tanto desde el punto de vista individual como colectivo, como sociedad formalmente constituida. Hay que advertir que no se trata solo de ser capaces de subir o bajar las persianas de nuestra casa o conectar la calefacción de forma remota desde nuestros dispositivos móviles sino de la velocidad a la que se están produciendo los cambios y por su enorme capacidad de transformar la vida humana en poco tiempo.
Es necesario que la filosofía actúe como catalizadora de esta reflexión, integrando saberes muy diversos y generando espacios de diálogo detenido en los que formular las preguntas relevantes relacionadas con estos desafíos: ¿Qué consecuencias tendrá que, tal como vaticinan los expertos, de aquí a 30 años los robots vayan a eliminar entre un 70% y un 80% de los puestos de trabajo de tipo más mecánico que existen actualmente? ¿Qué impacto tendría eso sobre los afectados y sobre la sociedad en su conjunto? ¿Sabremos vivir sin trabajar? ¿Tendrá algún sentido el ocio si no conocemos su contrario, el negocio? ¿Se disparará la necesidad de oferta de actividades de ocio? ¿Se crearán nuevas necesidades que puedan ocupar a la mano de obra ociosa o más bien la tecnología colonizará rápidamente la satisfacción de estas necesidades haciendo otra vez el trabajo prescindible? ¿Cómo serán las relaciones humanas? ¿No estamos poniendo la tecnología, sin darnos cuenta, al servicio de evitar relacionarnos con los otros?
Aunque sigamos el ejemplo impagable de Albert Einstein que nos insta a no dejar nunca de formularnos preguntas, es momento de empezar a preparar también las respuestas.