Aprendizaje a lo largo de la vida: la historia del bambú japonés
No hace falta ser un agricultor experto para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y agua. Pero, como en cualquier aspecto de la vida, siempre encontramos una excepción en torno a la que se genera una reflexión que nos permite comprender aspectos más complejos de la realidad. Un buen ejemplo de ello es el bambú japonés. Una planta cuyo crecimiento no es apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas y no dejas de regarla de forma constante.
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. Nada. En realidad, no pasa nada con la semilla que hemos plantado durante los primeros siete años. Cualquiera llegaría a las conclusión -errónea, por precipitada- de que las semillas son yermas, ha habido mucho riego o cualquier otra circunstancia. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solamente seis semanas, la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Acaso tardó sólo seis semanas en crecer? No. Invirtió siete años… y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
Como en cualquier vertiente de la vida cotidiana, las más de las veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente el resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. Con la formación ocurre algo parecido. Basta con echar una ojeada a los expertos más reputados de las materias más dispares para entender que solo invirtiendo tiempo y esfuerzo se consiguen los objetivos. Se trata, por tanto, de mantener el aprendizaje a lo largo de la vida.
La concepción del aprendizaje a lo largo de la vida en España ha ido evolucionando:
– En los años 70 se centró en ofrecer alternativas de formación a la población adulta
– En la década de los 90 se comenzó a hablar del aprendizaje a lo largo de la vida desde un enfoque que iba más allá de la educación de adultos: se enfatizaba la importancia de preparar al alumnado para aprender por sí mismo y adaptarse a las demandas cambiantes de la sociedad del conocimiento incipiente
– En el año 1992 se fomentó la educación a distancia a través de la creación del Centro para la Innovación y Desarrollo de la Educación a Distancia (CIDEAD), para facilitar el acceso a la educación a las personas adultas y al alumnado en edad escolar que por circunstancias personales, sociales, geográficas o de otro tipo no pueden cursar enseñanzas a través del régimen presencial ordinario.
De esta pequeña mirada retrospectiva se desprende como conclusión -entre otras muchas- que la adaptación, la flexiblidad metodológica, la adecuación de contenidos, la escucha activa a la ciudadanía y, sobre todo, el uso de las tecnologías han jugado un papel fundamental para asentar el aprendizaje a lo largo de la vida, en todo y para todos.
La Sociedad del Conocimiento ha cambiado de forma sustancial e irreversible la forma de concebir cómo debe ser la educación y preparación profesional de las personas. Hemos pasado de un modelo industrial, en el que existía una clara ruptura entre las etapas de estudio y la laboral, a un modelo que nos exige un aprendizaje continuo, debido a los constantes cambios y la alta competitividad existente.
En este contexto podemos afirmar que las TIC están proporcionando una oportunidad que jamás ha existido en la historia de la humanidad -por muy pomposa que pueda resultar esta frase- para acercar conocimientos y experiencias a un gran número de personas, favoreciendo el aprendizaje a lo largo de la vida (lifelong learning).
Así pues, dos son los conceptos que debemos conjugar, ahora y en el futuro, para que de ese aprendizaje constante y renovado puedan ir surgiendo los frutos y los objetivos que cada cual busque: las herramientas TIC y la adquisición permanente de competencias digitales. Entre las primeras, la formación online en todas sus modalidades, vertientes y géneros; entre las segundas, la necesidad de la información y la alfabetización, la comunicación y la colaboración online, pasando por la creación de contenidos digitales o la resolución de problemas.
De esta forma, y en paralelo, conseguiremos que los que aprenden no se vean limitados por el acto pasivo de descargar contenidos sino que también los creen, convirtiéndose en agentes activos en la construcción de conocimiento. Todo ello redunda tanto en beneficio de su aprendizaje como en la comunidad, que puede apropiarse, evaluar, compartir y reutilizar estos contenidos.
Que cada cual encuentre su semilla de bambú japonés y sepa que, mientras crece, estará generando raíces.
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