Inteligencia artificial, robots y humanos: la historia de Robbie
Quienes hayan tenido la suerte de leer al genial escritor Isaac Asimov sabrán que de su brillante imaginación surgió la primera historia sobre robots positrónicos: Robbie. Fue publicada, nada más y nada menos que en el año 1940, en el número de septiembre de la revista Super Science Stories. Por hacer algo de ciencia ficción divulgativa, diremos que los robots positrónicos son artefactos tecnológicos ficticios, concebidos por Asimov, a los que se les dota de cierta forma de conciencia.
De aquella época hasta el momento actual, después de más de 70 años, la ciencia y la tecnología que la desarrolla han experimentado cambios exponencialmente inquietantes, sobre todo si tenemos en cuenta que, cada vez con más visos de posibilidad, la Inteligencia Artificial -en general- y la robótica y sus aplicaciones -en particular- están llamadas a cambiar nuestras vidas, tanto desde el punto de vista más personal como desde el profesional.
Pero lejos de clichés, lugares comunes y obviedades, la robótica está llamada a ser el gran aliado para realizar determinados trabajos que por su complejidad -velocidad de cálculo, procesamiento de información, almacenamiento, etc- o por su carácter repetitivo y mecánico es mucho más rentable y efectivo que sean hechos por máquinas y no por personas. Ahora bien, hemos de estar preparados para saber conciliar dos extremos que presentan, afortundamente, muchas diferencias como son el cerebro humano – con sus ventajas cognoscitivas, comportamientos, capacidades y plasticidad- y el cerebro positrónico, por utilizar terminología de Asimov.
Pero, realmente, ¿qué trabajos están en peligro de extinción? Un estudio de la consultora estadounidense PricewaterhouseCoopers (PWC) nos revela que los ámbitos con más peligro de ser reemplazados por la llegada de la automatización son el transporte, la fabricación de productos, y el comercio, tanto mayorista como minorista. Los hombres se verán más perjudicados que las mujeres conforme se incremente la presencia de la Inteligencia Artificial, especialmente aquellos con un nivel educativo bajo.
En el otro lado de la balanza, los menos afectados son aquellos que requieren más del conocimiento y del trato humano -aunque no están libres de afrontar su propia transformación digital-, siendo citados por el informe de PwC los empleos relativos al trabajo social, los profesores y los profesionales del sector médico.
Para poder compensar esa balanza a la que se refiere el estudio de PWC, la clave radica en las políticas que los gobiernos han de poner en marcha durante las dos próximas décadas, con el fin de brindar la formación especializada para reubicar al segmento de los trabajadores menos cualificados. La solución, definitivamente, pasa por la alfabetización digital, por la adquisición y fortalecimiento de las competencias digitales de la ciudadanía y por el cambio en la forma de abordar los programas educativos y laborales, que han de centrarse más en el valor humano para compaginarlo de forma adecuada con las utilidades, ventajas y usos de las TIC.
Hace más de 70 años Isaac Asimov formuló sus famosas leyes de la robótica:
1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño
2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley
Unas leyes que, aunque pensadas desde la ficción pueden aplicarse perfectamente hoy día podrían para un futuro que no está próximo sino que ya está entre nosotros.