Los algoritmos y Pío Baroja: la historia que se repite
Hace 108 años que Pío Baroja escribió la que puede considerarse como una de sus mejores novelas, El árbol de la ciencia. En uno de sus maravillosos pasajes su protagonista, Andrés Hurtado -médico existencialmente atormentado, para más señas- se quejaba a la señora que limpiaba las habitaciones de su hermano pequeño, aquejado de tuberculosis, de que no abría las ventanas para que el Sol acabara con los microbios que flotaban en el aire. La señora en cuestión, comentando con sus compañeras, tildaba al «señorito» de loco, porque le hablaba de pequeños bichitos que vivían en el aire, que no se veían pero que podían matar a las personas…¡y además se morían con la luz!
Porque de todo lo que no podemos ver, o no podemos tocar, hemos de concluir que no existe… Es más, hay cosas que todo el mundo sabe que existen sencillamente porque son tan útiles que no podríamos vivir sin ellas. Más allá de los juego de palabras y las referencias literarias, podemos constatar hoy día todos estos hechos -con las TIC sumergidas en nuestras vidas- con algo tan sencillo -por la alegre manera en la que hablamos de ellos- pero tan profundo -por su imprescindible presencia- como los algoritmos. ¿Qué son? ¿Para qué sirven? ¿Podemos prescindir de ellos?
Ya hemos dicho hasta la saciedad que vivimos rodeados de tecnologías –a este paso, la frase que terminará esculpiéndose en los frontispicios de las escuelas-, pero hay que distinguir entre las que podemos considerar como analógicas -las que pueden tocarse, son orgánicas, materiales y visibles- y las digitales -y que no siempre se ven, se tocan y se palpan- pero que están transformando nuestra vida cotidiana, profesional, personal, académica y todas las vidas que queramos ponerle detrás a la palabra digital -que parece que todo lo soporta-.
En este segundo caso, el de la tecnología digital, el concepto de algoritmo es el emperador que campea en toda las batallas. Pero en igual medida que hemos distinguido entre dos tipos de tecnologías, debemos hacer una doble distinción entre los tipos de algoritmos. Aún a riesgo de que algún matemático, físico o ingeniero nos ponga en la picota, estamos en condiciones de afirmar que cualquier operación aritmética contenida en un Cuadernillo «Rubio» es un nido de algoritmos. Y, ¿por qué? Porque cualquier serie de instrucciones sencillas que se llevan a cabo para solventar un problema puede considerarse un algoritmo. Véase una suma, una resta o una multiplicación. Hasta la amistad puede ser producto de un algoritmo. En este vídeo está la prueba.
Pero para ser más exactos, y con el fin de tranquilizar a los mencionados matemáticos, físicos o ingenieros, diremos que un algoritmo es el «conjunto de reglas que, aplicadas sistemáticamente a unos datos de entrada apropiados, resuelven un problema en un numero finito de pasos elementales». ¿Más tranquilos? Bien. Sigamos.
De esta forma un algoritmo podría ser una receta de cocina o las instrucciones para fabricar un avión de papel a partir de un folio… pero también la forma de atajar un cáncer o programar un avión -este ya de verdad y no de papel- para que vuele solo. Pero, ¿dónde está la diferencia? Muy sencillo: es la unión de máquinas y algoritmos la que está cambiando el mundo y la que hace posible lo, aparentemente, imposible.
El genial y carismático matemático británico Alan Turing pasó a la historia por haber hecho trizas a la máquina Enigma -que cifraba de forma endiablada los mensajes emitidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial- pero también por haberse suicidado mordiendo una manzana envenenada, tras sufrir una dura persecución y ser encarcelado debido a su condición homosexual. Fue él el primero que relacionó algoritmos y ordenadores. Más aún, fue de los primeros que imaginó un ordenador tal y como hoy día lo conocemos y concebimos. Un ordenador que, según sus propias palabras llenas de imaginación pero plenas de brillante inteligencia y anticipación, «podría pensar y hasta escribir poemas de amor».
De la mente única de Turing llegamos a lo que hoy día hace posible escribir este texto, que alguien lo lea y, ¡más difícil todavía!, que muchos lo compartan en las redes sociales. Porque, en resumidas cuentas, el trabajo de los programadores informáticos consiste sencillamente -bueno, no tan sencillamente- en traducir los problemas del mundo a un lenguaje que una máquina pueda entender: es decir, en al-go-rit-mos que la máquina maneje.
Todo está lleno de algoritmos: la vida real y la virtual. Cada una con su complejidad y con su finalidad. ¿Somos nosotros, los humanos, también un algoritmo? Voy a hacer una consulta a Google, el paraíso del algoritmo.
0 comentarios