La soledad en el tiempo de las TIC
Decía Thomas de Quincey que todos las personas vienen a este mundo solas y solas lo abandonan. La soledad se han considerado siempre como uno de los sentimientos universales. Pese a ello, nunca antes en toda la historia de la humanidad ha sido tan fácil, pero sobre todo tan inmediato, comunicarse con otras personas, con independencia del lugar en el que se encuentren, en otra ciudad, en otro país…en el espacio exterior…
Sin embargo, y más allá de las facilidades técnicas que nos unen en el abismo de la distancia que las TIC se encargan de acortar, el sentimiento de solitud se acentúa hasta hacerse innecesariamente presente. ¿Es posible esta enorme paradoja de la soledad acompañada?, ¿Cómo hemos podido llegar a esto?, ¿No es uno de los fines de las redes sociales abrir nuevas vías para conectar con los demás?, ¿Por dónde empezamos a solucionarlo?
Aviso para navegantes: esta entrada no trata ni de demonizar ni de subir a los altares a las TIC, en general, o a las redes sociales, en particular. Cada cual es dueño de su destino, y de sus soledades, y a hacer un uso común, regular y equilibrado de las ventajas que en ambos casos ponen en nuestras manos.
Desde aquel zoon politikón (animal social, en griego clásico) aristotélico mucho ha llovido. Pero aún así, considerando a los griegos no como los distantes pensadores de hace 2.000 años sino más bien como autores de ayer por la tarde, su mensaje sigue siendo vigente aún hoy en día. ¿Y cómo puede ser? Muy sencillo: cuando Aristóteles definía al hombre como zoon politikón hacía referencia a sus dimensiones social y política. El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero solo el hombre es político, siempre y cuando viva en comunidad. Vivir en comunidad, esa es la clave. Y esa es la perspectiva que se pierde cuando se hace (ab) uso de las redes sociales… o un mal uso, para ser más precisos.
Es decir, el fundamento de la sociedad radica en la propia naturaleza humana que tiene en la sociabilidad una de sus características esenciales. El ser humano, como ser social, tiene la necesidad natural de crear vínculos y relaciones sociales afectivas con los demás, no sólo como parte de su conducta natural para construir su propia identidad, sino porque no es capaz de atender sus necesidades si no se comunica, comparte y vive en sociedad.
¿Y qué mejor forma de crear vínculos con personas de todo tipo, condición, formación, experiencia y gusto que recurriendo, también y no solo, a las redes sociales? Tachadnos de pesados…pero ya Kant nos dijo en el s. XVIII que tomáramos al hombre como fin y no como medio. ¡Zas! ya tenemos otra clave para manejarnos por el azaroso mundo de las redes sociales: las TIC son un medio y no un fin.
Hasta ahora, parece ser que las hemos tratado al revés y hemos reservado el papel equivocado para los auténticos protagonistas: las personas. Somos nosotros los que decidimos y los que hemos de manejar la soledad que atribuyen a esta herramienta para que no se convierta en un instrumento de aislamiento y soledad.
Todas las relaciones humanas son vivas, y por tanto, complejas y demandantes. Si hemos convertido a las TIC en el gran triunfo de nuestro siglo es, claramente, debido a la trampa de permitirnos estar presentes sin presentarnos. Sentimos la ilusión de compañía sin las exigencias de la amistad o del amor y sin ser del todo conscientes de las peligrosas consecuencias de ello. De todo ello podemos deducir que estamos sustituyendo el diálogo y la presencia por la simple conexión a la Red. Y es en este punto en el que llegamos a una nueva paradoja: la que nos dicta la espera de cada vez más de la tecnología pero cada vez menos del resto de los demás.
Y todo este argumento nos lleva a una situación contradictoria: la de las generaciones que hemos/han vivido sin redes sociales y que añoramos otra formas de comunicación más convencionales pese a que reconozcamos el gran valor que tienen las que nos brindan las TIC.
En todo caso, una de las claves puede estar en hacer un uso prudente, racional, reflexivo de la tecnología. Está claro que algunas herramientas y aplicaciones convierten en habitual un malabarismo físico y temporal como es el de hablar a tiempo real con personas que se encuentran a miles de kilómetros.
Tengámoslo claro: cuando utilizamos las redes sociales para enriquecer, aumentar, diversificar y mejorar las interacciones personales nos ayudan a sentirnos menos solos; pero cuando las usamos como sustitutas imperfectas de auténticas relaciones humanas, generan el resultado contrario.
Conclusión: a pesar, o afortunadamente, de los singulares y diversos que somos los humanos, lo que realmente nos une a los demás es compartir experiencias como el sufrimiento, la alegría, bien sea para celebrar o para acoger. Y desde este punto debemos ir en adelante y siempre en dirección a sentimientos y virtudes más profundas y valiosas: la compasión, el altruismo, la solidaridad, la ternura y el amor, todas ellas con el fin de contribuir a humanizar nuestras relaciones, en lugar de trivializarlas.
En cualquier caso, siempre estaremos a tiempo de cambiar y mejorar la convivencia con la tecnología y de (re)aprender el valor de la soledad. Una soledad que, aunque no siempre sea escogida de forma voluntaria, es el mejor camino y escenario para conseguir una de las conexiones que más valor tiene en nuestra vida: la conexión con nosotros mismos.
0 comentarios